Manifestodefinitivo_100metridalParadiso

100 metri dal paradiso, (ITA), scritto da Pier Francesco Corona – Salvatore De Mola – Raffaele Verzillo, Regia di Raffaele Verzillo.Produzione RAI Cinema – Scripta. Italia 2012

No son muchas las comedias que se estrenan en Europa pensadas para la familia. Parece como si, en estas latitudes, fuera del mercado de la animación, el cine, hubiera abandonado renunciado definitivamente a la noble misión de la entretener al público sin necesidad de recurrir a la vulgaridad, al lenguaje crudo, a la canalización del sexo. Si pensamos en las comedias que se estrenan en nuestras salas, —y aun excluyendo el llamado “cinepanettone”, que explota hasta la náusea los aspectos más zafios de una cultura ya suficientemente degradada en el cine—, es difícil imaginar a un padre llevando a sus hijos al cine a verla sin tener que sonrojarse o sobresaltarse. Por ello llama tanto más la atención el film que presentamos,100 metri dal paradiso (A cien metros del paraíso), del director italiano Raffaele Verzillo (autor de Animanera, y director de la exitosa serie tv Medico in Famiglia Incantesimo) podría definirse precisamente una película para la familia. No será una obra de arte, ni cambiará la historia del cine, pero realiza perfectamente el fin que se propone: entretener al gran público con una historia que conmueve y divierte, sin necesidad de herir a nadie. La historia, comenta el director Raffaele Verzillo, se inspira lejanamente en la Clericus Cup, el campeonato de fútbol entre los Seminarios y Colegios de formación sacerdotal de Roma, que se desarrolla en la Urbe a la sombra de la Cúpula de San Pedro desde hace algunos años. Llevando con la imaginación más allá la idea de este torneo, ¿por qué no pensar en una selección olímpica vaticana para los Juegos Olímpicos de Londres 2012, con su chándal reglamentario oro y blanco, los colores de la bandera vaticana? De esta fantasía, una especie de experimento mental, toma pie la simpática comedia protagonizada por el actor Domenico Fortunato en el papel de Monseñor Paolini, un joven sacerdote lleno de buenas ideas para comunicar el evangelio en el mundo de hoy, como incomprendido por sus superiores. Es el protagonista indiscutido, por encima de un estupendo Jordi Mollà, en el papel de Mario Guarrazzi, ex atleta, amigo de infancia de don Angelo, enfrentado a un matrimonio roto, a sus propias frustraciones deportivas, y a un hijo, Tommaso, con madera de campeón olímpico y alma franciscana, dirigido por don Angelo, que se mete a fraile en plena campaña de cualificación para las Olimpíadas. Será precisamente don Angelo quien con un golpe de ingenio se invente la selección vaticana para conseguir que pueda participar Tommaso. Don Angelo se convierte así en el alma de una singular selección olímpica, compuesta por atletas que cambiaron las pistas deportivas por la soledad del claustro, o las misiones, o los suburbios de las metrópolis europeas. Entre ellos, el misionero, el cura de frontera de la periferia de Nápoles, y una monja, interpretada por la campeona olímpica de lanzamiento de peso, que desfila en la inauguración oficial de los Juegos con su chándal y su velo, una escena difícilmente olvidable.

La película es honesta. No plantea grandes temas, se propone divertir limpiamente y lo consigue, tocando un argumento serio con delicadeza y ligereza, que son adjetivos propios de la gracia. Supera con elegancia la incapacidad crónica de la mayor parte de las películas para representar al sacerdote, ofreciendo en cambio una figura creíble, con algo de don Camillo, y de la ternura de los personajes de Carlo Verdone. El Vaticano, otro punto que fatalmente roza el ridículo en la mayor parte de las películas que abordan el argumento, aparece discretamente retratado,  a pesar de la inevitable presencia de pérfidos cardenales que se oponen al progreso y a la modernidad. Encuentro significativo que un film que deliberadamente excluye tratar argumentos serios ofrezca una imagen de la familia francamente ruinosa. Dos de los protagonistas, el entrenador Mario Guarrazzi y la hermana de don Paolini están viviendo el naufragio de sus respectivos matrimonios. Quizá no sea del todo casual, a pesar del tono ligero que el film mantiene, el que la alegre y desastrada compañía deportiva que se va creando en torno a don Paolini se convierta en un refugio y un puerto donde reconstruir relaciones humanas que la vida ha ido minando.

Al terminar la película y volver a la realidad, más de uno se pregunta si no se podría crear una selección vaticana para participar en los Juegos Olímpicos. La idea podría parecer atractiva, pero el indudable impacto de imagen que se conseguiría viendo desfilar la delegación vaticana en el acto de inauguración se disolvería inmediatamente ante la primera derrota vaticana frente a un país mayoritariamente de otra religión. No es esta la misión de la Iglesia ni  tampoco corresponde a la Santa Sede hacerse presente en el mundo del deporte como un concursante más. Sí lo es, en cambio, recordar a este mismo mundo, especialmente el olímpico, los altos valores humanos que están en el origen del olimpismo moderno: altius, citius, fortius, expresión del anhelo de superación presente en el corazón del hombre, y, reflejo de una vocación trascendente. Redescubrir y valorizar esta dimensión puede ser el antídoto eficaz para despojar el mundo del deporte de la presión asfixiante de la publicidad y del mercado, que lo ha reducido a bien de consumo, a mero espectáculo de inspiración deportiva, incapaz de expresar y transmitir la pasión por las cosas grandes. El film de Verzillo, con toda su honesta sencillez, nos recuerda la importancia y el valor educativo del deporte, que puede ser también ocasión para dar gloria a Dios, y para pasar un rato entretenido en familia. 

Melchor Sánchez de Toca Alameda