Creadores de cultura

Jorge Juan Fernández Sangrador, Director de la Biblioteca de Autores Cristianos

El Pontificio Consejo de la Cultura se reunió en Roma, en asamblea plenaria, del 10 al 13 de noviembre de 2010. Las sesiones, clausuradas por Benedicto XVI, que recibió en audiencia a los participantes y se dirigió a ellos con una iluminadora alocución, dieron comienzo con un acto público en el Campidoglio. El título del tema designado para la ocasión no podía ser más sugerente: “En la ciudad, a la escucha de los lenguajes del alma”.

En la convocatoria cursada por el arzobispo Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, a los miembros de la asamblea plenaria de ese organismo vaticano, después de haber sido consultados por escrito en los meses anteriores, figuraba el argumento que habría de ser sometido a análisis, reflexión y debate en las sesiones de trabajo. Era este: “Comunicación y Cultura”. Y sobre las relaciones existentes entre ambas versaron la mayor parte de las intervenciones en la sala de plenos, que vinieron a converger en una constatación: los medios de comunicación han dejado de ser instrumentos y se han convertido en creadores de una nueva cultura.

De instrumentos a creadores de cultura

Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris missio [37], al referirse al trabajo pastoral de la Iglesia en los medios de comunicación, escribió: “No tienen solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta ‘nueva cultura’ creada por la comunicación moderna".

Así pues, la noción difusionista de los medios de comunicación ha periclitado. Ya no son meros instrumentos al servicio de la propagación de un mensaje o de unas enseñanzas, sino que han devenido una realidad envolvente del hombre contemporáneo, que habita -y cada vez más- un universo tecnológico y mediático radicalmente nuevo respecto al de etapas inmediatamente anteriores, que se ven superadas de año en año por la aparición de sofisticados aparatos de uso cotidiano preparados para desarrollar múltiples funciones, entre las que se incluyen las de comunicación.

Todo ese instrumental está produciendo cambios de valores y de comportamiento sobre todo en niños y jóvenes, que se ven seriamente afectados en sus facultades personales, particularmente en la epistemológica y en la volitiva, a las que trasladan la dinámica de fragmentación con la que generalmente operan en la escritura informática, a la que popularmente se designa como “de cortar y pegar”. La televisión adolece igualmente en su programación de imágenes impactantes que han de discurrir con rapidez para lograr su propósito de influir en determinados niveles de la psique.

De la fragmentación a la propuesta de sentido

No resulta extraño, pues, el que algunos miembros de la asamblea plenaria manifestaran su preocupación ante el perfil humano del actual destinatario del anuncio cristiano, que parece mostrarse insensible a la dimensión espiritual y trascendente tal como la entiende la Iglesia, contempla la realidad desde todas las vertientes posibles sin conferirles ni la unidad ni la totalidad que se precisan para referirse a ellas en la búsqueda de sentido de la propia vida, atribuye valor absoluto a lo que no son más que meras opiniones y pierde a pasos agigantados las nociones de historia y de tradición.

Con todo, los medios de comunicación no han de ser denostados; aunque sí hay que ser conscientes de las repercusiones antropológicas, éticas y educativas que comportan. A este respecto, Benedicto XVI ha sabido, en sus mensajes para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, demostrar, por una parte, el aprecio que les tiene y, por otra, proponerles cotas de exigencia más elevadas en la responsabilidad moral que les compete.

La Iglesia, que ha tenido que habérselas a lo largo de su historia con desafíos de hondo calado existencial, no sólo hallará el camino justo para situarse adecuadamente ante esta nueva encrucijada cultural, sino que tendrá ocasión de ver cómo el hombre del siglo xxi, ahíto de caos, acabará viniendo a ella para que lo salve -como diría Juan Pablo II en el mensaje para la 33.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales- de la cultura de la fugacidad, del olvido que corroe la esperanza, de la acumulación de hechos sin sentido y de la huida desalmada de la verdad.